La idea no es valerse del spoiler para generar las presentes líneas, por lo cuál me limitaré a poner un contexto adecuado que permita sumergirse en el encuentro fugaz, pero eterno, entre estos dos artistas y sus historias, las mismas que construyeron sus pensamientos.
Una tarde húmeda y lluviosa envuelve la atmosfera, como si la propia naturaleza quisiera ser testigo de la charla que sucede. La galería de la casa, una infinidad de plantas que pueden evocar la naturaleza exuberante, propia de una pequeña selva en medio de la ciudad. Copas de vino mediante, Mario y Víctor, se sumergen en un diálogo sincero y profundo. Dos almas que, a pesar de sus diferencias, se encuentran en un mismo camino de entrega y devoción por el arte. Las historias de vida emergen como ríos cargados, dibujando los primeros trazos de una complicidad que se forja en cada palabra.
El camino lógico del arte, ¿existe tal cosa?
Los relatos dan vuelta a la pregunta y descansan en las copas. Historias de niñez, decisiones, trabajos, referentes. Las dificultades del camino, las piedras, las del camino y las del zapato. Los giros de la vida, los objetos que te atrapan. La pintura. Las gotas que caen de las puntas de las hojas, la tierra mojada. Sería preciso decir que las palabras empezaron a dibujar un esquema particular de la vida, del arte, que se suspendía sobre la mesa, y que intentaban capturar las cámaras. Podía verse, todo un trayecto que se esbozaba, dos caminos que en este preciso momento convergen, para dejar constancia de un momento único. Dos lentes absolutamente distintos, con una sensibilidad profundamente admirable, buscando expresar mediante diálogos sus pensamientos más abstractos. La lejanía que puede mirarse hacia el interior de una idea propia, es constantemente tratada de arrastrarse hacia la escucha del otro.
“Un color no tiene valor si no está íntimamente ligado a otro”.
Contraposiciones estilísticas y diferencias en el método, no los privan de compartir un camino que se cruza, hoy, bajo esta lluvia. La constante referencia hacia el color, la luz, la sombra, van agrandando ese esquema que se suspende sobre la mesa proyectando sus oraciones. Puede verse algo de esa búsqueda por salir de la regla, de lo inquietante en lo metódico, o de encontrar un orden en el caos. El taller, la escala de colores pintada sistemáticamente, las series, los patrones, las repeticiones. El afán por encontrar un equilibrio. La composición que impone el ritmo de la obra, su peso, y su movimiento, todo contenido, todo a punto de estallar. Al mismo tiempo, se pueden figurar estas palabras en el esquema, se pueden ver objetos caminantes, pescadores en el río, las sombras de algo que fue. Imaginar es parte inseparable de este diálogo. Lo cual considero, que es precioso, no en su sentido puramente estético, sino porque es difícil de encontrar. La simpleza y la complejidad se entrelazan constantemente en sus pinceles, uno cree reconocer tal o cual cosa más intensamente en el otro. Pero lo cierto es que ninguna de estas dos esencias de la dualidad escapan a sus obras, que devienen de sus pensamientos, que proceden de sus historias.
El lenguaje de lo simple, el enigma de lo complejo.
No es difícil entender qué es lo que motiva a estos artistas a perseguir constantemente su obra, ambos guardan una profunda devoción por la pintura. Todo es gratificante en el arte, recuerda uno de ellos más de una vez. Sin embargo, la abundancia que puede encontrarse en el descanso del espectador dentro de la propia obra, puede desplomarse en un segundo ante la pesadumbre que se siente antes de encontrar esa experiencia que renueve el ciclo otra vez. Me da la sensación.
La pasión encierra un cúmulo de elementos que se expresan constantemente en el arte, en el arte como un modo de vida, en cómo un artista la incorpora a su vida cotidiana. ¿Se requiere de cierta condición natural? Una pregunta polémica se despliega sobre el mantel, y se deslizan opiniones que pueden acercarse más a una vida de pensarlo dialécticamente, que de una verdad en sí. Pero eso podrá concluirlo cada uno al verlo en los ojos propios. Es que no existe una garantía de futuro en el arte, y alguna certeza se puede extraer de la experiencia de vivir una vida de artista. Hay una búsqueda constante, hay una prisa de acción para que no se escape el objeto. Hay noches de desvelo, días perdidos, y sin embargo hay una recompensa, que cuando se consigue, parece ofuscar todo lo demás.
Se acaba una charla y se abre una historia.
El anochecer, trajo la frescura de cuando la luz no está. El escenario se transmutó en un living lleno de adornos de todas partes del mundo, con referencias variadas, sillones que tenían ceniceros, lámparas altas y un fondo de colección de arte digna de cuento. Una especie de regreso en el tiempo, podía percibirse. Muchas cosas que a veces, se creen olvidadas, siguen estando ahí, y no hablo solo de objetos. La conversación también se imbricó por esa pendiente, un tópico interesantísimo que se pudo dar a la luz de la sinceridad, con exclamaciones acerca de lo que uno considera, posiciones tomadas, y no una relatividad complaciente que puede hacer de cuenta que en realidad, en estas cosas, todo es belleza. No siempre es así, y presenciar en boca de un artista, como él ve el arte desde adentro, las posibilidades que existen en ese campo amplio y diverso, lo azaroso de adentrarse en el mismo, las mentiras, el engaño, y las artimañas que también corrompen espacios, fue realmente inquietante.
Es magia pensar en tantas cosas diversas, encerradas en un trazo de pincel. Los universos que se pueden abrir a través de la palabra, tratar de descubrir todo lo que pasa adentro de un pensar. Con la pregunta adentro sobre cuál será el futuro de estas cuestiones que en esta mesa, en este living, se plasmaron, los pintores, entre risas, y anécdotas, dejan una historia abierta que se funde en un abrazo. Con las cámaras, los cuadernos, las anotaciones, las lapiceras, y una sonrisa, nos vamos pensando en que algunas cosas valen todo el esfuerzo de dedicarse a entenderlas.