La sociedad se encuentra inmersa en una profunda crisis política y económica que va dejando huellas en cada aspecto de nuestras vidas. Sin embargo, uno de los efectos más palpables de esta crisis es la manera en que invade los medios de comunicación. Las noticias de violencia, la caída constante de la moneda, la desocupación en aumento, las banalidades soporíferas del chimento, se apoderan de las pantallas y los titulares. Este bombardeo constante de información negativa y efímera ha generado un malestar generalizado en una sociedad ya cansada de la situación.
Las noticias pasan y pasan, como si fueran transportadas en una cinta interminable. Aparecen en el noticiero, ocupan la portada por un día y luego se desvanecen en la sección baja. Pero rápidamente, llega otra noticia que parece desmoronar por completo nuestro mundo y repite la misma historia una y otra vez. Una especie de loop constante retroalimenta esta lógica enfermiza, que termina contagiando los pensamientos del espectador. Nos encontramos en una especie de pesadilla kafkiana, donde la tortuosa realidad parece no tener fin. La televisión arroja basura y nosotros, sin darnos cuenta-o tal vez sí-, la esparcimos por nuestras casas, por las calles y y hasta en los lugares de trabajo. Nos encontramos inmersos en un ecosistema desinformativo y somnífero, una anestesia que se administra en dosis letales, gota a gota. La pantalla se convierte en un suero que mantiene al paciente, enfermo de decepciones, atrapado en su propia realidad.
Un concierto de cuerdas desafinadas se desata, notas que chocan generando una tensión irresoluble. Los oídos cansados lanzan el grito de hartazgo, y un silencio parece acabar ni bien empezó. Al cabo de unos segundos se puede reconocer que se trata de un tinitus, agudo, muy agudo, que torna insoportable el ruido en la mente, oprimiendo los pensamientos y haciendo rechinar los dientes. Un hedor empieza a salir de entre las nauseabundas impresiones que nos arroja el poder de la información. Es indisimulable que el cansancio se ha vuelto general, las cosas no están funcionando hace muchísimo tiempo. Y casi nadie puede mirar hacia el costado, porque todos estamos metidos hasta el cuello en este pozo. Entonces, las miradas, cómplices, empiezan a buscarse, y a cruzarse en ese punto de inflexión, a donde las pestañas parecen apretar un poco y la mirada se extiende más allá.
La falta de tiempo para disfrutar las cosas profundas de la vida se ha vuelto la regla, entonces es difícil, después de llegar cansado de trabajar para que nunca alcance la recompensa a tanto esfuerzo, dedicarse un momento a pensar en la poesía, el arte, el amor, el ocio y la ciencia. Nunca deberían de ser abandonados estos pilares de la esencia humana, pero si es posible entender que cuando el desconcierto y la falta de previsibilidad tocan la puerta de una casa, es difícil sumergirse en cosas que no resuelve la emergencia económica del día a día. Sin embargo, resistir no es suficiente, para que exista un sentido de la resistencia, debe haber una dirección que impulse la acción. Y es a través de esa acción que el orden de las cosas debe trastocarse.
No es casualidad, que ante la descomposición general de las condiciones de vida, se degrade todo pensamiento que toque esa materialidad. Los pensamientos se achatan, la calidad baja en todos sus espectros, para reacomodarse, o mas bien adaptarse al suceso de paso. En general, y esta no es la excepción, los grandes formadores de opinión, pueden leer estos movimientos y aprovecharlos en su beneficio, profundizando aun mas esa degradación que parece no tocar piso. Pero el olor nauseabundo de la descomposición no puede perfumarse.
El morbo, la persecución de la sangre, el amarillismo como prima, la estupidez de vidas privadas que a nadie deberían importarle, la pauta oficial, el sesgo informativo, tener que ver cinco medios informativos distintos para poder llegar a una conclusión, no del todo completa siempre, está cansando a la gente. Cada una de esos pilares comunicativos va acompañado de una sociedad que se abarata cada día más, que ya no encuentra esperanza en los próximos cuatro años, ni en los ocho. Ya no es una cuestión de grieta, es una cuestión de humanidad. Y las noticias pasan y pasan. Y la seguridad no alcanza, porque el dinero no alcanza, porque se acabó la honestidad, porque nos detuvimos en el tiempo, pero seguimos comiendo el pedazo de pan que alguna vez horneamos.
Es tiempo de empezar a pensar, de no taparse más la nariz, y de frenar esta descomposición que nos come poco a poco. No hablo tampoco de anular el pensamiento mágico, pero sí de reconocerlo como tal. Es hora de poner el esfuerzo en dirección de una cultura que exprese su cansancio en los métodos actuales y eleve el pensamiento crítico. Para llegar a la belleza, es necesario negar, con toda la fuerza de la negación, la información tendenciosa en la que estamos inmersos, para poder ver la flor en su superación.
Como dijo alguna vez Borges, “las noticias ya no son para el recuerdo, sino para el olvido”. Deberíamos pensar en esto, y tratar de revertirlo, ya pasó demasiada agua bajo el puente.